jueves, 3 de septiembre de 2009

Reforma galicana.

La Iglesia de Francia fue de las más identificadas con el poder civil, entre todas las de Europa, y el poder civil francés de los más decididos a controlar al Papado. Ya desde Felipe el Hermoso, se logró trasladar pontífice y curia a tierras francesas, al destierro de Aviñón (1310-1377), destierro consentido por los papas para librarse de la turbulenta situación de Roma; si bien se garantizó así librar a la Iglesia de las coyunturas romanas, hubo que pagar el precio de rebajarla de universal a francesa: alejada que estuvo la curia de las discordias romanas, pudo llevar a cabo una reforma burocrática excepcional, con lo que aumentó mucho la eficiencia del Papado, gracias a la centralización burocrática y a la reforma fiscal, pero desde el inicio se cayó en abusos y Aviñón se hizo cada vez más fiscalista, desprestigiando a la Iglesia. Dante y Petrarca fustigaron duramente el destierro de Aviñón, a lo que respondieron indignados los franceses, y de la antítesis Aviñón-Roma pronto surgiría la de Francia-Italia. Estos sentimientos serán el fundamento del llamado Cisma de Occidente, papas romanos y antipapas franceses, que aflorará terminado el destierro aviñonense (en gran medida terminado por intervención de Santa Catalina de Siena que convenció a Gregorio XI de regresar a Roma); el pueblo de Roma, a la muerte de Gregorio XI (1329-1378), temiendo que se eligiera un pontífice francés que volviera a Aviñón, se amotinó y exigió la elección de un papa italiano[3], como en efecto se hizo (Urbano VI, 1318-1389): los cardenales franceses no estuvieron conformes con la imposición y meses después, reunidos en Fondi, proclamaron papa a Clemente VII, papa aviñonés que no debe confundirse con el Clemente VII romano (1478-1534), razón por la que hubo dos obediencias, pues a Clemente lo aceptaron Francia, Saboya, España y Escocia. La Iglesia se desgarró con excomuniones recíprocas entre papa y anti-papa; a la muerte de Urbano VI, nombraron otro sucesor y lo mismo hicieron los de Clemente VII, con lo que el cisma continuó hasta que el Concilio de Costanza, en 1414, le puso fin, eligiendo como papa a Martín V.[4].
La reforma católica en Francia, en lo que se refiere a vida y costumbres, no fue profunda, casi toda ella se llevó a cabo desde y en la Universidad de París, especialmente difundiendo mejores hábitos de vida en el colegio Montaigu, gracias a la predicación y labores de Juan Standonck (1450-1504), seguidor de la piedad moderna y de los preceptos de los Hermanos de la Vida Común; la piedad moderna que predicaba Standonck era, por decirlo de alguna manera, oscurantista, estrictísima, sin contaminación humanista, y por ello no encontró muchos seguidores, por otra parte los grandes problemas de falta de instrucción del clero, de las sinecuras, de la vida cortesana del alto clero, y de los monjes, continuaron.
Hay un movimiento piadoso, no oscurantista, es decir, humanista en París hacia fines del siglo XV y comienzos del XVI y en él destaca Lefevre de Etaples (1450-1536) cuyo cristianismo reformado asemeja al de Erasmo, pero de mayor profundidad religiosa: esta reforma no está, como la de Standonck, anclada a la tradición medioeval sino que es evangelizante, es decir, que se preocupa poco por el dogmatismo y la teología acumulada por los escolásticos; contaminado con innovaciones a las que la jerarquía eclesiástica miró con desconfianza, realizó no obstante una profunda obra evangelizadora: como Erasmo, editó (y en algunos casos tradujo al latín) la literatura cristiana primitiva (de Ignacio de Antioquía, San Policarpo, San Hilario, el Pastor de Hermas, el Pseudo Areopagita, del Pseudo Dionisio), de Josefo, de Aristóteles, de Raimundo Lullio, de Ricardo de San Víctor, de Ruysbroek y de Nicolás de Cusa. No fue tan buen filólogo como Erasmo, pero sus ediciones tuvieron buena acogida tanto entre católicos (por ejemplo, Cisneros) como protestantes (Lutero), que las emplearon. Quizás como más influyó en su tiempo fue con sus traducciones de las epístolas de San Pablo anotadas o comentadas: comentario que aprovecha para criticar el viciado culto de los santos y afirmar que la justificación se alcanza por la fe sola, no por las obras, aunque sin ir tan lejos como luego irá Lutéro; pretendió, como Erasmo, simplificar la teología de las adherencias escolásticas, predicando lo que ha dado en llamarse "evangelismo", que pretendía librarse del escolasticismo para volver al cristianismo prístino, más espiritual y libre, más piadoso y menos intelectualista: vida espiritual en lugar de teología dogmática, la renovación interior, vivir el evangelio auténticamente, mediante una vida de fe y de amor, en lugar de dedicarse a la creación de sistemas intelectuales. Publicará en 1523 una traducción al francés del Nuevo Testamento, de los Salmos en 1524 y en 1528 el resto del Antiguo Testamento, para en 1530 publicar una traducción al francés de toda la Biblia, traduciendo de la Vulgata Latina.
En 1523 caerá Lefevre víctima del odium theologicum de Noel Beda (síndico de la Facultad de Teología de la Sorbona y sucesor de Standonck), los maestros escolásticos de la Sorbona condenan varias de las tesis de Lefevre, pero no pueden perseguirlo por la protección del Rey (para quien Lefevre era lumen Galliae), pero en cuanto Francisco I cae prisionero de los españoles (1525), toman su desquite y nombran inquisidores que van al cenáculo de Meaux, fundado por Lefevre, para seguirle juicio; Lefevre huye y no se somete a juicio, con lo que se hace sospechoso de herejía; la Sorbona por su parte condena 48 tesis contenidas en los comentarios a las Epístolas y los Evangelios publicados por Lefevre.
El resultado de todas estas reacciones fue que el movimiento fabrista y la reforma por él pretendida fracasó. No obstante, es claro que la Iglesia romana, en Francia, no tenía nada en contra de que se difundieran los escritos sagrados en lengua vernácula ni en contra de muchos de los puntos que los luteranos promovían. No será así después del Concilio de Trento.

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