viernes, 4 de septiembre de 2009

La Revolución Francesa.

El reinado de Luis XVI, principalmente por lo costoso de apoyar la Revolución Norteamericana[17], se encontró en una situación fiscal muy apretada, por lo que recurrió a gravar los bienes inmuebles de la aristocracia, entonces exentos de tributos; esto provocó la llamada Revolución Aristocrática[18], que se subleva contra tal despotismo y pide se convoquen los Estados Generales, órgano constitucional supremo del Reino, que no se habían reunido desde 1614; el rey accede y los convoca en 1788; se reúnen en Versalles en 1789. Los Estados Generales estaban constituidos en tres estamentos: nobleza, clero y tercer estado, y cada estamento se reunía y deliberaba separadamente, así la nobleza y el clero podían dominar cualquier situación. Pero en 1789 el tercer estado se niega a reunirse separadamente, y el 17 de junio se declara Asamblea Nacional, pero permitiendo que los integrantes de los otros dos estamentos se incorporen a la Asamblea; el estamento clerical, en su mayor parte (la mayrìa de los curas párrocos, aunque pocos obispos) se adhiere a la Asanblea Nacional. El 30 de setiembre el Reino se ha convertido en una monarquía constitucional y la Asamblea Nacional se disuelve. En las profundas reformas que se decretan el clero francés colabora, y se logra que la Iglesia de Francia acepte la enajenación de sus bienes, a cambio de recibir subsidios suficientes para ejercer su ministerio; acepta asimismo que el Estado asuma muchas de las funciones hasta entonces en manos eclesiáticas, como por ejemplo la educación.
Puede decirse que de 1789 a 1791 hay un equilibrio aceptado y aceptable entre iglesia y gobierno, logrando este último superar sus problemas fiscales gracias a la enajenación de los bienes eclesiásticos; esto vale también para las demás confesiones cristianas, excluídas de la tolerancia religiosa desde la derogatoria del Edicto de Nantes por Luis XIV (en 1685), y restablecida por Luis XVI (en 1787).
Luis XVI conspira con los aristócratas europeos para acabar con la Revolución, lo que lleva en fin de cuentas a que la Asamblea Nacional se reúna y declare la guerra a Austria en abril de 1792; Francia logra vencer a sus enemigos en todos los combates, pero internamente se produce una situación económica que lleva al poder a las fuerzas más extremistas (el llamado reinado del Terror, 1793-1794), las que ven en la Iglesia un enemigo natural de la Revolución, como en efecto lo era, y la someten a feroz persecución, pretendiendo principalmente determinar la organización eclesiástica y a que el clero, mediante juramento personal, se obligue a aceptar la religión civil (promulgada por la llamada Constitución Civil del Clero). Se pretende que la iglesia sea nacional, como la de Inglaterra, y sometida a la autoridad civil. Luego de muchas vicisitudes y de una profunda división del clero, gran parte del cual debe exiliarse[19], la cuestión religiosa continúa dividiendo profundamente a los franceses, y será Napoleón el que venga a ponerle fin al problema, si no de acuerdo con lo que la Santa Sede deseaba, al menos en forma que permite que la Iglesia lleve a cabo normalmente su obra apostólica y civilizadora, y sea tegumento de unión nacional, en lugar de piedra de tropiezo.

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