jueves, 3 de septiembre de 2009

LA INQUISICIÓN.

La uniformidad no es un fruto espontáneo de la vida religiosa, ni de ninguna manifestación del espíritu de libertad; Roma hubo de recurrir a la coacción externa, para imponerla, lo que hizo no más consolidó su poder como señor feudal: el Papa Gregorio IX, en 1231, instituyó la Inquisición, para la persecución y juicio de los disidentes. Como se trató de un juicio religioso, fue siempre indulgente si el acusado se retractaba; pero, por tratarse de cuestiones de conciencia, no siempre estuvieron los enjuiciados dispuestos a retractarse, considerando que hacerlo era una traición a sus creencias religiosas, por lo que terminaban siendo entregados al brazo secular para que los castigara, con destierros, prisión, tortura o confiscación de bienes: mucha de la gente de más recta conciencia, los que no estaban dispuestos a doblegarla para salvar los bienes materiales, fueron así sistemáticamente eliminados de la sociedad occidental.
La Inquisición casi no operó en el norte de Europa, no así en el sur de Francia, el norte de Italia y, por supuesto, en España, tardía (a partir de 1478) pero ferozmente, empleada por el poder civil para culminiar la obra de unidad nacional de la Reconquista, es decir, para acabar con árabes y judíos, convirtiéndolos al cristianismo o arrojándolos de España (el "prefiero reinar sobre un desierto que sobre un país de herejes" de Felipe II de España, en el siglo XVI); fue en la península Ibérica donde la Inquisición sería más extremista, mucho más allá de lo que Roma deseaba, pero conforme a lo que Castilla y Aragón demandarían para unificar el estado español, que se basaría en la difusión de la fe católica. Roma trató de oponerse a estos excesos hispánicos pero sin resultado, no sería derogada (1808) sino hasta José Bonaparte, para ser restaurada por Fernando VII en 1814, suprimida en 1820, restaurada en 1823 y finalmente eliminada en 1834.
Roma, para evitar los excesos hispánicos en Italia (España ocupaba gran parte de la península italiana) hubo de instituir otra inquisición, la Inquisición romana, que estuvo bajo la férula de cardenales de la curia y no de los obispos lugareños, para persecución del protestantismo en Italia; esta inquisición no tuvo la brutalidad de la española, lo cual no quiere decir que procediera dulce y piadosamente, pues siempre se trataba de lograr el agustino doblegar conciencias por la fuerza, aunque siempre dispuestos al perdón, en lugar de andar en búsqueda de una feroz retribución, como era característica brutal del excesivo rigor de la Inquisición española. Expurgada que fue Italia de la amenaza protestante, la inquisición romana se convirtió en un dicasterio, una prefectura de ordinario gobierno, para mantener el orden y las buenas costumbre y velar por la fe cristiana; tanto se dulcificó que hasta perdió su oprobioso nombre y quedó en Santo Oficio (1908), hoy en día Congregación para la Doctrina de la Fe.
La Iglesia y la Inquisición regularon si se era o no cristiano, y en el último caso sedicioso, pues el poder civil consideraba tales a los herejes; uno podía ser torturado, muerto, puesto en prisiones, despojado de sus bienes; los inquisidores tenían facultad para determinar lo que uno podía pensar, discutir, leer, con quién contraer nupcias. ¡Limitaciones a la libertad impuestas por el cristianismo en nombre y para lograr la libertad de conciencia! El espíritu de la época presumía de cristiano, pero carecía de lo esencial del mensaje cristiano, la tolerancia.

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